jueves, mayo 08, 2014

"El hombre ya no es hijo de la historia"*



Entrevista a José Jiménez Lozano



Su voz se empeña en rescatar al hombre del espejismo de la política. En un tiempo en el que la “vida humana ya no cuenta”, José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930) elabora en su obra literaria una exhaustiva crítica de la modernidad, a través de relatos, poemas y ensayos que muestran su preocupación por la “pervivencia de treinta siglos de cultura”. Su pasión por la literatura y el pensamiento la ha conciliado durante más de medio siglo con una extensa labor periodística, desde las páginas de diarios como El País, ABC, La Razón y El Norte de Castilla, del que fue director hasta su jubilación en 1995. La libertad frente a imposiciones “de diseño”, la reivindicación de las raíces judías y musulmanas de la España contemporánea y su concepción trascendente del mundo inspiran una escritura hermanada con las obras de heterodoxos como Spinoza, Flannery O’Connor o Simone Weil. Su producción ha merecido, entre otros, el Premio Castilla y León de las Letras (1988), el Nacional de la Crítica (1989), el Nacional de las Letras (1992), el Luca de Tena de Periodismo (1994) y el Cervantes (2002). Recientemente, ha publicado la que es, hasta el momento, su última novela, ‘Retorno de un cruzado’ (Encuentro).

- En su última novela reflexiona sobre la deshumanización de la sociedad moderna. Ha dicho al respecto: “Parece que se ha roto algo en el mundo”. ¿Qué ha pasado?

- En efecto, se ha roto mucho en el mundo. En cierta medida se ha partido por el eje. Y, sin ir más allá, significativo, del todo, es, a este respecto, el hecho de que los seres humanos de hoy no viven ni mueren ya por las mismas razones que hace no tanto tiempo. Ahora vivimos, en muy amplia medida, en una especie de casa o mundo, diseñado por Hegel -con el perdón del señor Hegel-, que nunca podrá ser nuestra patria como decía Martin Buber. No hemos construido nosotros esta casa, no hemos trabajado sus tierras, se nos ha diseñado en cartón lleno de colorido como las aldeas de Potemkin, pero no podemos decir que estas megápolis o aldeas  son de cartón, porque quienes habitamos en esos territorios diseñados ya hemos sido diseñados también para aceptar lo que nos digan, como teniendo una exclusiva naturaleza política. La antigua vida humana de cada cual ya no cuenta: ni Dios, ni padres, ni patria, ni resquicio alguno de afecto ni privacidad, así que resultamos un poco o un mucho los hombres vacíos de los que habla Eliot en uno de sus poemas.

- Pedro, el protagonista, un joven médico, vuelve de la guerra civil destruido y sin ganas de vivir. “Ya no es mi tiempo”, asegura. ¿La modernidad es el fin del tiempo del hombre?

- Tal convicción es la que se espera de nosotros: vivimos en ámbito del reniego del pasado, arrecidos o llenos de tedio, en nuestro mundo de diseño pintado. Hemos llegado de repente a la plenitud de los tiempos que es la democracia liberal, y al último hombre perfectamente satisfecho. Nietzsche diría que este último hombre sería feliz y redondo, el hombre de diseño antropológico, iletrado, insensible a la belleza, a la verdad y al universo religioso; y creyendo en el poder de las máquinas, sin echar de menos lo que antes se llamaba alma, o se llamaba hombre. Ahora este concepto de hombre es algo anticuado y hasta peligroso. El hombre ya no tiene historia a su espalda no es hijo de ella y debe vivir en un mundo sin significado. Walter Benjamin creía que ya no hay nada memorable que contar, y Herman Hesse creía que la carcasa de un cohete espacial era toda la conciencia que le queda ya al hombre. Y sin duda por este camino vamos, y por él nos quieren arrear los poderes culturales, pero pienso que todavía no hemos llegado hasta esas situaciones, que podemos resistir, y que el ser humano todavía tiene y tendrá cosas memorables que contar. No soy optimista, pero soy un esperador. Si muchos hombres han salido enteros de Auschwitz y Kolyma, que trituraron todo lo humano, saldremos de estos otros intentos de liquidación.


- Hoy el hombre parece estorbar y sólo se le tiene en consideración atendiendo a sus atributos políticos: su integración en diferentes colectivos que se disputan la hegemonía cultural. ¿Se ha perdido el respeto al individuo en sí mismo?

- Cierto. La modernidad convirtió a los hombres en ciudadanos. Es decir, en puras naturalezas políticas, seres unidimensionales, y enseguida, el individuo desaparecerá un poco más con el darwinismo filosófico y la política se convertirá en buena parte en dirección de una granja rentable. Ya no será persona sino una ejemplar más, hombre añadido a hombre como cosa a cosa o, más bien, objeto a objeto, útil a útil, y en su mera utilidad o rentabilidad. La persona era única, tanto si era rey como mendigo, atleta o enfermo. Todos tenían su alma en su almario y en ese recinto no mandaba nadie: “ni canciller ni nadie”, como gustaba de decir Saint-Cyran. Y la debilidad de un ser humano descubría su grandeza; y esto era lo que aterraba a los nazis ante un viejecillo o un enfermo. Y esto es lo que parece aterrar también ahora en nuestras sociedades.  

- En este contexto deshumanizador que usted señala, ¿cómo podrá concebirse la literatura, el acto de escribir, de ahora en adelante?

- El teatro ha pasado, el cine se está banalizando o embruteciendo a grandes pasos, la literatura parece que, para que llegue a lectores de hoy sin lejana idea -ni interés en ello- de lo que es la belleza literaria ha de ser un producto también diseñado en el que haya una buena parte de política, una buena parte de sexo y de brutalidad, o lo que en Alemania llaman la fórmula social-demócrata de una historia plana y escritura lisa que a nadie sobresalte. El lenguaje se ha burocratizado y el empleo de los símbolos e ironías se hace imposible. No se entiende. Todo debe ser, y es, un  lenguaje ‘ahí-a-la-mano’, o puramente instrumental, planamente comunicativo. Pero, se quiera o no, ahí siguen los lenguajes de los adentros, de las confidencias, del amor, de la oración, etc. Pero hay que pagar un canon para emplearlos o referirse a ellos. Hay ya demasiada gente que no entiende un lenguaje carnal y verdadero, o que lo desprecia en honor de las frases hechas y las distintas jergas que hoy se hablan, y sus  retóricas.

- ¿La lectura y la escritura son actos de rebeldía en estos tiempos dominados por la inmediatez de lo audiovisual?

- Exactamente. Quizás de momento se considerará este asunto de leer y escribir algo sin sentido ya. Otra cosa es vender papel impreso, y aun esto ya no es tan rentable. No cabe duda de que lo que se dice leer y escribir puede llegar a ser un asunto no sé si de rebeldía o de psiquiatría.

- Durante su trayectoria, ha establecido un equilibrio entre la actualidad en su labor periodística y el cultivo de los grandes temas del humanismo en su obra literaria. ¿Ha sentido cierta esquizofrenia?

- Cuando yo ejercía el periodismo, las cosas era muy diferentes. No existían los periodistas-estrella con la idea y pretensión de gobernar el país. No se hacía lo que bastante risiblemente se llama ‘periodismo de investigación’, que es comprar ‘gargantas profundas’ que quieran hablar mediante dinero y traicionando su fidelidad. Era un periodismo artesanal y no hacían falta esfuerzos para hermanarlo con la literatura y el pensamiento. Al contrario. Incluso teníamos que vivir con una censura y, por lo tanto, decir las cosas a través de mil ingenios. Y se decían, los lectores entendían perfectamente.

- Su nombre se une a los de otros gigantes de la literatura, como Miguel Delibes o Francisco Umbral, con los que coincidió en El Norte de Castilla. ¿Fue una época dorada del periodismo castellano?

- Creo que un poco por todas partes había un periodismo bastante aceptable. En El Norte de Castilla se dio el azahar de unas cuantas personas, que seguramente no éramos los mejores periodistas, pero si estábamos unidos por un común amor a la literatura y a escribir.

- Para usted, el periodismo es, ante todo, “lealtad con los hechos sin comentarios”. ¿Una utopía en la España de hoy?

- No es ninguna utopía. Es la única actitud ética mínimamente exigible a un periodista, pero también a un historiador. Ambos deben levantar un atestado de los hechos como la Guardia Civil. Si recordamos la fabula del lobo y el cordero y la invertimos: es decir, supongamos que el cordero está en la parte de arriba del regato y el lobo en la de abajo y el cordero ensucia el agua al lobo. Hay que decirlo así, sencillamente, sin comentarios ‘comprensivos’ o ‘justificativos’, y, aunque estemos de parte del cordero. Es preferible callar sobre un hecho antes que deformarlo. 

- Uno de los grandes temas de su obra es el religioso. En su autobiografía, publicada hace unos años, el escritor Jon Juaristi aseguraba compartir con usted una concepción pascaliana de Dios. ¿Es hoy posible la fe cuando la presencia y el prestigio de la Iglesia han decaído?

- Ciertamente, no puedo dejar de tener simpatía y de compartir ciertas actitudes del agustinismo o de Pascal y Port-Royal, pero tengo una querencia mayor al helenismo y, por lo tanto, a lo que culturalmente se llama el papismo que ha defendido el honor de la belleza y la humanidad en este mundo. Respecto a la Iglesia y nuestro mundo no se puede prescindir de lo que el filósofo Jürgen Habermas ha escrito. Y le leo: “El universalismo igualitario -del que salieron las ideas de libertad y solidaridad, de autonomía y emancipación, la idea de una moral de la convicción personal, de los derechos del hombre y de la democracia- es una herencia directa de la ética judía de la justicia y de la ética cristiana de la caridad. Esta herencia jamás ha cesado de ser objeto de nuevas apropiaciones críticas y de nuevas interpretaciones, pero sin que su sustancia haya cambiado. Y es que, hasta hoy en día, simplemente no hay alternativa. Incluso frente a los retos presentes de una constelación post-nacional, continuamos alimentándonos de esa sustancia...Todo lo demás no es más que cháchara post-moderna”.
La fe está en otro plano que el histórico y el cultural y no depende ninguno de esos factores ni tampoco del prestigio o desprestigio de la Iglesia. Tanto más cuanto que hoy el prestigio o el desprestigio se hacen en dos telediarios. Y, en último término, ya sabe que la palabra latina ‘praestigium’, de donde viene la nuestra ‘prestigio’, pero también ‘prestidigitador’, significa ‘engaño’. Es un aviso.

- ¿Qué es Dios para usted?

- Como diría Étienne Gilson de sí mismo, soy una especie de paleocristiano de  Nicea y del símbolo apostólico, ahora que las traducciones litúrgicas no dicen ni pueden decir lo mismo que las fórmulas griegas y latinas. Y con esto quiero decir que el Dios que confiesa ese credo, aunque ahora rara vez se recorta ‘in extenso’, es en el que creo.

- Siempre ha preferido reconocerse como español antes que como castellano. Hoy, España se encuentra inmersa en una profunda crisis económica, social y moral. ¿Qué ha pasado y qué se puede esperar?

- No es que prefiera llamarme español, es que eso es lo que está en mi conciencia de identidad social. Lo de castellano es una identidad que está en el mundo de lo existencial. Pero, si se trata de la cultura y de la lengua, ya solo puedo decir lengua española, literatura española y cultura española con sus comienzos castellanos.
En mi opinión, en España han pasado muchas cosas: por lo pronto, una democracia muy extraña, cuyos partidos políticos y sindicatos viven del tesoro nacional. Unos partidos políticos dirigidos por unas minorías dominantes, unas layes tomadas a beneficio de inventario, una politización de todo, lo que nos acerca a un totalitarismo y nos divide horriblemente; y conlleva la liquidación de toda enseñanza y un desplome cultural que preside todo este desastre y en el que hay cien mil ‘maîtres á penser’. 

- ¿Cree que hay demasiada política en la sociedad de hoy?

- Sí, en la modernidad no debe haber más prestigio que lo político y los políticos y aquello o aquellos que ellos unjan. Hace menos de cien años hablar de política era cosa de mal gusto, como hablar de dinero entre los burgueses, o emplear un lenguaje obsceno o soez. Fue durante la Revolución Francesa, cuando los políticos y la política hicieron su presencia en el comedor o en la cocina. Como mucho, se soportaba en el café sólo para hombres.

- Las grandes preocupaciones tradicionales del ser humano se han visto desplazadas en los últimos tiempos por otro tipo de temas más coyunturales. En ese sentido, usted afirma que la muerte es el “último tabú…

-  Obviamente, y ya le digo que, si se nos ha hecho ciudadanos y se nos han concedido derechos -como si no los tuviéramos por el simple hecho de ser seres humanos-, ha sido para alienar nuestras vidas y hacernos vivir en la casa de Hegel, como decía antes, que, como poco no nos permite la alegría, la amistad y ni siquiera el juego. Hasta los muchachos de los colegios tienen que federarse. De la muerte ha dicho Paul Le Man que es un simple equívoco semántico, y es tan innombrable como la locución ‘muslo de pollo’ en el tiempo victoriano.

- Las ideologías se han impuesto siempre a las víctimas, a los de abajo, a los que se priva, incluso, de discurso. ¿Es deber del escritor rescatar sus voces frente a la idealización del progreso?

- El carro de la historia siempre ha producido víctimas, pero ahora se niega que haya víctimas y que haya crímenes, son simplemente errores  por los que se pide excusas, y ya está. Las víctimas del progreso material mismo se niegan como víctimas y se consideran necesarias. Los camaradas siempre dijeron que para hacer una tortilla había que cascar antes unos huevos, y se cascaron muchos, como ocurre también con ocasión de los giros económicos o de crisis en occidente, pero es suficiente pensar en la liquidación de la agricultura en beneficio de la industria agro-alimentaria, etc. La tortilla no se la llega a ver.
La narración, desde luego, tiene como material las pasiones humanas y su dolor o su alegría, y en la literatura debe ser evocada y oída, pero ya Simone Weil nos advirtió de que sólo los grandes genios son capaces de escuchar y hacer resonar la desgracia. Es algo sagrado que nos desarma y para acercarse a ella y reflejarla se precisa un talento superior, que se recibe. Y está lejos de las inmediateces y retóricas sociales o políticas, y de toda otra manipulación.

- ¿Cómo ve el mundo José Jiménez Lozano?

- Con bastante preocupación, especialmente por el hecho de la dificultad o imposibilidad de transmisión de treinta siglos de cultura, y la preocupación por la simple pervivencia de Europa y de España, que han renunciado a su cultura y se ofrecen fáciles a cualquier pequeño empujón porque además tienen escasa población y una economía muy problematizada. Pero quizás gire nuestra suerte con lo que ocurra en el mundo árabe.

- Se cumplen tres décadas de la publicación de ‘Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda (1325-1402)’. Un libro que refleja las formas de pensamiento que emergen de una condición de persecución y los problemas que genera la libertad en una colectividad, la judía, permanentemente amenazada. ¿Cómo fue el proceso de creación de esta obra?

- El de todos mis relatos. Escribo a tenor del encuentro que he tenido dentro de mí con algunos personajes y una medio historia, hasta que comienzo a escribir. Sólo tengo que ver y escuchar, para escribir. Luego guardo bastante tiempo las cosas. A veces se las dejo leer a alguien, y tras otro lapso de tiempo, decido que ya está listo para publicarlo, y ya todo depende de una editorial. En Estados Unidos se quedó traducido aunque no se publicó. Pero en España pasó sin pena ni gloria.

- ¿Para escribirlo se basó en algún texto o corriente realmente existente 
del judaísmo? Llama la atención la relectura que hace el protagonista 
de su religión, aportando una visión casi herética de la misma. 
¿Qué quiso trasladar usted con este libro? 

- En un relato se trata de levantar un mundo grande o pequeño y una o varias vidas, y esas historias y personajes, al menos por mi parte, no se diseñan, se encuentran y luego se los escucha, se ve y se oye y nada más. Pensé en una especie de ‘hasidim’ de tiempos antiguos -lo que ya es una libertad con la historia como lo es hablar de la expulsión de los judíos españoles, que se realiza en un tiempo posterior a las fechas dadas en el título, etc-. Y ese rabino, como es de uso entre los judíos, cuenta una historia para explicar una historia bíblica como la de Abram, el padre de la fe, o el sufrimiento. Incluso increpando a Yahvé en las sinagogas, la historia de la Torre de Babel, etc. Y, como al comienzo del libro va una nota sobre Kafka que no es sino parecida a la compra del manuscrito del Quijote de la que nos habla Cervantes, algún historiador y otros lectores, más bien extranjeros, tomaron el libro como histórico y se quejaron, pero para mí fue estupendo, porque me mostró que el personaje y la historia vivían, y de esto es de lo que se trata en literatura, me parece. 

- ¿El intento de homogeneizar España obviando las influencias musulmanas y judías es la raíz de su imposibilidad para generar lazos de convivencia?

- En España se dio en un tiempo medieval la tolerancia porque se dio la convivencia. A finales del siglo XV, se acaba con la convivencia y con la tolerancia, que es un producto de aquella, y aparece la España de los españoles a parte entera o de buena casta -los que se supone que vienen de los godos y han conservado su sangre limpia, como los labradores o los vascos-. En los siguientes tiempos serán considerados como de sangre no limpia, y asimilados a judíos e islámicos, todos aquellos españoles que no se muestren conformes con el tipo español configurado según las exigencias de la casta , y así  serán considerados como judíos o menos españoles o antiespañoles protestantes y otros disidentes, incluidos los católicos mismos que no se conformaban a él, y sólo hace falta pensar en fray Luis cuando refiriéndose a su condición carnal hablaba de que él, y los cristianos como él, eran “ganado roñoso y generación de afrenta que nunca se acaba”. Pero lo que ocurre luego es que en la España moderna, los modernos de todas clases se consideran la sangre limpia, y la España tradicional sería la sangre de las tinieblas. No acabamos nunca. Hasta decimos que hay dos Españas.

- ¿Qué papel juegan los conversos en la generación del carácter español?

- Pienso que los caracteres nacionales no existen, pero, en todo caso, los conversos influyeron en nuestra cultura de una manera ingente. Hasta un punto que como  Cervantes ironiza en ‘La elección de los alcaldes de Daganzo’ el no saber leer era un gran mérito. Y en nuestra grandeza política y económica de otro tiempo tampoco están ausentes los conversos. Aunque hay que precaverse de las exageraciones, y asegurar que los españoles cristianos viejos o de sangre limpia eran ineptos.

- ¿Puede aspirarse hoy a la libertad?

- En un mundo de masas, no se necesita ni la cultura ni la libertad. Sólo la apariencia de igualdad por abajo, o sea en vez de bajar chaquetas a la medida de las levitas, cortar las levitas a medida de las chaquetas, como ironizaba don Gumersindo de Azcárate en cuestiones de enseñanza.

- ¿En qué está trabajando ahora?

- Tengo durmiendo unos cuantos textos, desde luego. Cuando los despierte y los relea, ya veremos qué se hace. 

* Entrevista publicada en la Revista Dartes (http://www.revistadartes.com/). 

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